Capítulo 1: El trayecto

Una nueva etapa comienza en mi vida y no sé si realmente estoy preparado. Tengo miedo a la hora de tomar decisiones, a equivocarme, a las consecuencias. Pienso que alguna vez acertaré, pero el ser humano por desgracia se fija más en lo malo que en lo bueno. Minutos antes de partir, me encuentro sentado en la estación de tren de mi ciudad, esperando el transporte que me llegue a mi nueva metrópoli. La gente se comienza a agrupar cerca del andén, mientras voy preparando los auriculares para el viaje. Al girar la cabeza, veo a mis padres intentando hacer señas para despedirme. Les saludo tímidamente. Tras eso, aparece el tren aminorando su velocidad y frenando con un leve chirrido. Me levanto e intento buscar la puerta de acceso de mi vagón, mientras voy esquivando a los diferentes transeúntes. Una vez encontrado, saco el billete de mi cartera y se lo enseño al revisor, este lo coge y posteriormente me lo devuelve, indicando con la mano que entrara al vagón. Subí el escalón, y ahora tocaba la búsqueda de mi asiento. Tras un par de vueltas y un par de preguntas a otros viajeros, finalmente pude encontrarlo. Me senté y coloqué mi equipaje de la forma más cómoda posible, evitando ocupar el espacio del asiento de al lado, que de momento se encontraba vacío. El tren había llegado un tiempo antes de su salida, por tanto, tocaba esperar y para entretenerme observaba a los distintos pasajeros con curiosidad e incluso pensaba a donde viajarían, el motivo de su viaje…

Al encender la pantalla de mi móvil, miro la hora. Queda apenas un minuto para partir. Levanto la cabeza hacía el pasillo y veo a una persona de unos sesenta y tantos años avanzando por el mismo, buscando su asiento. Finalmente se acerca al lugar donde me encontraba y comprueba el número del asiento libre, esbozando una ligera sonrisa. Me saluda amablemente y coloca su maleta. Mientras acaba, en el tren se oye una voz que anuncia el comienzo del viaje, que duraría un par de horas. Reposo la cabeza y observo el paisaje de la estación, aunque no duro mucho ya que me llama la atención un ligero alarido de una joven. Al echar un vistazo, veo a una pareja adolescente, algo más mayor que yo, abrazándose. En ese momento, sentí envidia y pensé en los diferentes amoríos pasados en mi corta vida. En el ámbito del amor me considero un “bicho raro”, otros lo llamarían apasionado. Y, es que, creo que, en la cultura joven actual, hay pocos como yo. Cuando me gusta una persona, me focalizo en esa persona, es decir, solo pienso ella, intento hablar con ella, hacer cosas con ella... Aunque ojalá todo fuera tan fácil, ya que mi personalidad juega en mi contra, me cuesta mucho establecer una relación desde cero, puesto que soy una persona muy tímida. Mi primer flechazo fue con una chica de mi colegio, cuando apenas tenía unos 8 o 9 años. La conocía desde siempre y durante mi periodo en la escuela estaba loco por ella. Pensé que nada cambiaría con el paso del tiempo, pero al entrar al instituto, me di cuenta de que estaba equivocado. Conocí a nuevas personas, cambié de personalidad y me enamoré de otra chica al coincidir con ella por los pasillos, cuando apenas acababa de empezar. Le pedí su teléfono a una amiga que tenía y empezamos a escribir. Al poco, le pedí salir y comencé mi primera relación en este inexperto mundo. A día de hoy, sigo pensando de donde saqué tanto valor. Quedamos durante un par de semanas. Me encantaba, pero siempre íbamos con sus amigas. Al final, la relación se fue apagando hasta que ella acabó rompiendo conmigo. Mi primer fracaso. A lo largo del instituto, me enamoré locamente y durante mucho tiempo de una chica, pero tuve miedo y no pude transmitir lo que sentía. A pesar de ello tuve un par de relaciones, pero la mayoría, al no sentir por aquellas chicas lo que sentía por aquella joven, también fracasaron. Pero hubo una diferente a las demás, una que me marcó. Cuando tendría unos 15 años, la vi en una fiesta y decidí lanzarme sin pensar en las consecuencias. Al día siguiente quedamos, estuvimos hablando mucho tiempo y disfruté. El tiempo pasaba lento con ella, sentía tanto durante esos momentos juntos, que no puedo expresar en palabras lo que sentía en ese momento. Aunque por desgracia, todo lo bueno, acaba y quizás demasiado pronto. Pocas veces puede probar sus finos labios y oler su suave colonia. 

Mientras yo reflexionaba acerca de mis andanzas en el terreno amoroso mirando fijamente a la pareja, la anciana se giró hacia mí sin darme cuenta, siendo consciente de mi fijación visual hacia los jóvenes. Con tono amable y con una sonrisa, me susurro que hacían una bonita pareja. Recompuse mi postura, y afirmé con la cabeza. No conocía a nada a esa persona, pero se le veía muy simpática y alegre. Intenté establecer una conversación con la anciana, lo cual funciono haciendo el viaje más leve. Le conté que a veces me gustaba escribir, algo que no sabía nadie, entonces aquella mujer insistió en ver algo de aquello. No estaba seguro de hacerlo, pero decidí enseñárselo, ya que quizás no la vería más. Cogí el ordenador de la mochila y pulsé el botón de encendido. Surgió un silencio incómodo, mientras ambos mirábamos la pantalla esperando que se iniciara. Tras esto, navegué por las diferentes carpetas hasta encontrar un pequeño texto, que era el que más me gustaba. Le dije que se titulaba 1 de diciembre y le cedí el ordenador para que lo leyera.

Hoy, 1 de diciembre, las hojas se desvanecen mientras camino por la calle. El frío llegó y sé que no te gusta. Tú, ardiente, prefieres la alegría del sol, del verano, mientras yo, soy más del gélido enero. Quizás, los polos opuestos no siempre se atraen. O al menos tú, cariño, pensabas eso. 

Me decías que no sabía amarte. Puede que tuvieras razón. Aunque, sabía que por mucho que te enfadaras siempre me pedías perdón. Que, aunque te alejarás, siempre volvías. Que, a pesar de nuestras diferencias, me seguías queriendo. Que odiabas los silencios y que te encantaba hablar mientras te miraba a los ojos. 

Quizás si hubiéramos dejado las riñas a un lado, a cambio de besos, abrazos, caricias, seguiríamos juntos. Quizás me perdí en el miedo de expresar lo que sentía por ti. Quizás me enamoré y no pude demostrarlo. Pero durante ese tiempo, fui feliz. Demasiado. Ahora sufro en silencio, mientras las hojas caen a mi lado.

Mientras ella leía, yo la miraba ansioso esperando recibir una buena crítica por parte de la señora. Una vez acabó, levantó la cabeza del texto y me devolvió el portátil mientras emocionada, me dijo que le había gustado. Le conté que la escritura es mi pequeño secreto, algo íntimo, donde guardo todos mis sentimientos más preciados, y qué quizás por eso, muy poca gente sabía de mi ocio. Con el trascurso del viaje, hablamos de poesía, libros, películas... Hasta que el altavoz de aquel tren anunció la llegada a mi destino. Cogí mi equipaje y me despedí de la mujer, deseándole lo mejor y esperando un rencuentro, quizás en otro viaje, mientras subía con ella por las escaleras mecánicas. 

Finalmente, nuestros caminos se separaron y ahora marcho sin mucha prisa hacia mi nuevo hogar, observando las bellezas del camino. Me quedo mirando la infinidad de parques que hay por donde ando, la multitud de gente por cualquier calle y el paso acelerado de estos. Una vez llego al portal, saco la llave y la introduzco en la cerradura, siendo esta la primera vez que lo hacía. Llamo al ascensor, y espero mientras miro todos los recovecos de aquel portal, cada grieta, cada pelusa, cada mancha. Las puertas se abren, y entro en él, pulso el botón que me lleva a mi planta y el ascensor hace su trabajo. Una vez, allí abandono la cabina y me adentro en el piso, en mi nuevo hogar.

Capítulo 2: Ella

Comienzo a organizar todo lo que había traído con algo de rapidez, ya que estoy algo abrumado del viaje. Una vez acabada esta tarea, decido marcharme de aquella casa y bajar al parque que había cerca de aquel portal. Mientras cruzo el paso de peatones, mirando a ambos lados, pienso en que banco me voy a sentar. Veo uno, debajo de la arboleda, con una espléndida sombra. Me siento allí. Expando mis brazos de lado a lado, y entrecruzo las piernas. Cierro los ojos. No veo nada. Sentado allí, rememoro los momentos con la chica que a mí me dio tanto. Le escribí un poema que nunca le di y ahora lo recuerdo mientras escucho el canto de los pájaros.

 

En aquel parque tengo enfocada mi retina.

Aquel día que comenzaste a formar parte de mi vida.

Me duele todavía cuando dejaste de ser mía.

Qué peligro tiene esa bella sonrisa.

 

Sentando juntos en aquel banco.

Recuerdo que mi corazón se quedó parado,

cuando el Lorenzo se estaba marchando.

Siendo el único testigo ese gran árbol.

 

Tu mano se entrelazo con la mía.

Mi mirada y la tuya se conectaron.

Éramos dos en un mundo imaginario,

Mientras me acercaba poco a poco a tus labios.

 

Carolina Herrera en tu cuello,

En tus hombros, rompe tu pelo.

Tus gafas hacen aumentar tu iris.

Te llevo a ti diamante, siendo un apiri.

 

Nuestros labios se fusionaron.

No me culpo de mis actos.

Mi mano acaricia tu mejilla.

Finalizando un sueño, una fantasía.

 

Pero al final un día acabo,

el parque ya nos miró con igual atención.

El tiempo paso, llevaste a otro chico,

y eso me dolió, dejándome abatido.

 

Una vez reincorporado, observo las aves que revolotean alrededor de aquel parque. Al fondo hay niños jugando, y a menudo pasa gente delante de mí dando un paseo. Tras unos minutos allí sentado, veo a una chica que se encuentra andando por allí y se acerca al lugar donde me encontraba sentado. Me mira. Le devuelvo la mirada, mientras observo el color de sus ojos, su flequillo, sus labios... Al ver que ninguno de los dos dejamos de mirarnos, le sonrió ligeramente. Ahora es ella la que me devuelve esa sonrisa. Pero al pasar delante de mí, retoma su cambio y pasa de largo, dejándome atrás. Entonces, ¿ahí iba a acaba todo? Me levanté lo más raudo que pude e intenté llamar su atención. Ella debió de escucharme porque se paró en seco. Y nos quedamos mirando. En ese momento recordé una escena de la película Big Fish. El protagonista decía que cuando conoces al amor de tu vida el tiempo se detiene. Tenía toda la razón, no escuchaba el canto de los pájaros, ni el ruido de los coches. Tampoco las sirenas. Solo estábamos el silencio, ella y yo. Entonces me acerqué a paso lento, mientras pensaba que podía decirle a aquella chica con el corazón acelerado. Ella se quitó el auricular que tenía en la oreja y lo sostuvo en la mano mientras espera la entonación de mis palabras. Finalmente dije "¿A qué hora te recojo hoy?”, esbozando una sonrisa. Se rio ella también, y su mejilla tomó color, aunque no dijo nada, no pude escuchar su voz, solo su sonrisa de nuevo. Entonces, a la espera de una respuesta, le dije “Necesito una respuesta, tenemos que organizar todo”. Me miró, sonrió de nuevo y mientras se giraba dijo “Lo siento, pero tengo novio”, y le contesté mientras se aleja “¿Y cuál es el problema?”. Al ver que no se paraba, intenté avanzar a un paso mayor que el suyo hasta ponerme en frente de ella, de nuevo deslumbrado por su belleza. La miré a los ojos, y con la respiración levemente acelerada, le dijo en voz baja “Dame una oportunidad, una cita”. Suspira, parece que no funcionó. Quito mis ojos de sus pupilas y retorno mi breve camino de vuelta a aquel banco. Pero en ese breve sendero, sentí un contacto en la espalda. Al darme la vuelta, la vi de nuevo. Sonreí. Me dijo que aceptaba, que nos veríamos a las nueve esa misma noche en ese banco. “Espero no arrepentirme” dijo con tono sarcástico mientras se daba la vuelta.

Capítulo 3: La Cita

            El paso del tiempo se me hacía largo. Contaba cada minuto, cada segundo… Me gustaría poder adelantar las horas, aunque cada vez que avanzaba, mi corazón aumentaba sus revoluciones. La sangre recorría más rápido mi cuerpo. Me fui arreglando sin prisa, intentando calmarme. Al terminar de ducharme, me puse la ropa que había decidido ponerme tras un análisis completo de mi armario, una camisa de color celeste y unos vaqueros rotos de color grisáceo. Después de colocarme el resto de mi outfit, creo que ya estaba preparado. Daba vueltas alrededor del salón, mientras miraba como las agujas del reloj se desplazaban con gran ligereza, pero con poca velocidad.

Al final llegó la hora, bajé al portal y abandoné el edificio. Cuando estaba parado en el paso de peatones, la vi al otro lado acercándose al parque. Iba radiante. Llevaba un vestido negro ajustado a su cuerpo, con un collar con tonos dorados y pendientes alargados de color plata. Se dio cuenta de que la estaba observando desde el otro lado, y espero en frente de mí. Simplemente la tenía a un par de metros, pero el color rojo del semáforo me impedía su paso mientras intentaba no perderla de vista con el paso de los coches. Quizás fueron unos treinta segundos demasiado largos. Finalmente, con la luz verde alumbrando escasamente la calle, ambos andamos hasta encontrarnos en mitad de la calle, como si una película de amor se tratara, iluminados con la luz de los coches que esperaban su paso. Le cedí mi mano y ella la aceptó, entrelazando sus suaves dedos con los míos. Avanzamos hacia las calles más concurridas de la ciudad buscando el restaurante que había elegido para cenar aquella noche. En el trayecto, le conté que era mi primer día en la ciudad y que apenas la conocía, así que le dejé a ella elegir el restaurante fiándome de su gusto.

        Una vez allí, ambos nos paramos en la fachada del edificio. Al entrar, uno de los camareros nos llevó hasta nuestra mesa, mientras avanzamos entre mesas repletas de comensales. Nos sentó en una de las más retiradas de todo el estruendo, donde pudimos hablar a lo largo de toda la velada. Nos conocimos un poco mejor, ya que éramos dos desconocidos, parecía una cita a ciegas. Me habló de ella, diciéndome que la mayoría de sus amigos, incluido su novio, se habían marchado a otras ciudades a continuar con sus estudios, y que ahora se encontraba sola. Por lo que aceptó la “cita” para ver si podía conocer a alguien con quien salir de vez en cuando. Aunque le sorprendió la extraña forma de hacer amigos por mi parte, aun sabiendo que lo que yo quería con ella no era realmente amistad. La noche avanzaba al mismo ritmo que fluía nuestra conversación. No podía dejar de mirar sus ojos verdosos, sus labios, sus manos…, a pesar de que ella solo buscaba un compañero de conversación, aunque eso me resultaba insuficiente. Una vez fuera de aquel restaurante, cuya comida no defraudo, insistió en llevarme a otra ubicación, desconocida para mí, y obviamente, cegado por mis sentimientos acepté. Recorrimos la ciudad, donde la luz ya era escasa y apenas quedaban algunos supervivientes de la noche. Una vez llegamos al destino, ella se paró delante mí, y tropecé con ella. Casi caemos ambos al suelo, pero por suerte la agarré de la cintura a tiempo, aunque a pesar de ello soltó un ligero chillido. Al mismo tiempo que la soltaba, ambos reíamos por la extraña situación. Nos adentramos al portal de aquel edificio donde me había traído, sacó una llave, y abrió la puerta. Ascendimos a lo alto del edificio por las escaleras, dejándonos exhaustos a ambos. Tras llegar a planta más alta, me preguntó si estaba preparado para entrar en la azotea. De nuevo, abrió otra puerta, y me cedió pasar primero. Las vistas eran increíbles desde allí arriba. Se observaba toda la ciudad, todos los monumentos alumbrados, todo… Tras un momento inerte en aquel paisaje, la miré y vi como ella también disfrutaba con las vistas.

Allí estábamos los dos, juntos a la luz de la noche, subidos en una azotea mientras admirábamos aquella visión privilegiada. Ella se adentró en la oscuridad de aquella azotea, donde sacó un par de sillas a la par que me preguntaba si quería tomar algo. Acepté, aunque no dije que, pues no me importara lo que me trajera, ya que solo quería mantener la compañía que tenía. Ella salió de la terraza, aunque, para mi fortuna por poco tiempo, ya que volvió con un trago para cada uno. Mientras descendía el líquido de la copa, retomamos nuestra conversación, tratando de seguir conociéndonos. Constantemente estábamos riéndonos, mirándonos fijamente, disfrutando de aquella noche. Recordáis aquella frase que os dije en el parque, tenía una segunda parte. Una vez retomado el tiempo, avanzaba el doble de rápido para recuperar el perdido.

        Tras apenas estar una hora en aquel lugar, ella dijo que se tenía que ir, invitándome de manera formal a marcharme de allí, entonces me levanté de mi asiento y coloqué la silla en el lugar de donde las había sacado. Nos dimos nuestros números, y ella estaba saliendo por la puerta, cuando le agarré la muñeca. Entonces se dio la vuelta. Estábamos de nuevo frente a frente, tal y como habíamos comenzado. Ella esbozando una sonrisa, mientras acercaba mis labios lentamente a los suyos. No me esquivó, fundiéndonos en un beso apasionado. Sentía sus labios fríos por la temperatura de la noche, pero no me impidió disfrutar de aquello, hasta que me empujó ligeramente con su mano en mi pecho y dijo “Sabes que no puedo”.

En el trayecto hacia mi hogar, mi cabeza no dejaba de dar vueltas a lo que había pasado. Quizás había jodido todo. Al llegar a casa era tarde, me introduce en la cama, aunque no fue suficiente para calmar mis nervios, ya que no podía parar de pensar en aquel hasta llegar al punto de arrepentirme.

        Los días pasaron y no tenía noticias confirmando el fracaso de aquello. Pese a tener su número, no quería insistir ante una situación tan incómoda. También, tenía cierto miedo al rechazo que podía obtener de ella, siendo lo más normal ante su situación sentimental. Pero, finalmente, la desesperación pudo conmigo y recorrió mis venas, llevándome a pulsar levemente la pantalla de mi móvil escribiendo algo que nunca me convencía. Escribí cientos de mensajes que acaban borrados, buscando en cada uno de ello poder de nuevo estar con ella, al menos para hablar lo ocurrido. Tardé en encontrar la exactitud de mis palabras para retornar mi conversación con ella, aunque tras miles de intentos, envié el mensaje mientras en mi cabeza ocurría miles de posibilidades posibles, pero todas inciertas. El tiempo corría, lento, pero avanzaba mientras esperaba su respuesta. Recorrí todos los recovecos del piso para intentar calmarme. Tal era el nerviosismo que recurrí a la telepatía, aunque de nada sirvió como era de esperar. La tarde pasaba, la arena del reloj caía, a la espera del cercano ocaso. Mi mente está centrada en la búsqueda del parpadeo del LED del teléfono, esperando aquella notificación tan deseada.

En el momento en el que la desesperación invadió mi cuerpo, decidí dejar de lado el aparato, volviendo a la vida real. Una vida real sin ella. A esto se sumaba el cansancio de la rutina, del día a día, de los problemas diarios. Debido a todos estos factores, opté por mi solución más eficaz, aquella que aliviaba mi mente en momentos como estos. Calcé mis deportivas, coloqué mis auriculares con la máxima precisión y cerré la puerta de la casa, mientras tocaba el botón del ascensor. Mientras descendía la cabina, realizaba unos estiramientos en su interior. En el momento que salí de aquel edificio, en mi interior se escuchó el típico disparo que inicia la carrera, al mismo tiempo que me colocaba la capucha ante la posibilidad de una ligera lluvia. La luz de las farolas iluminaba el camino, permitiéndome avanzar por la calle completamente vacía, mientras pequeñas motas de polvo eran levantadas por mi paso. Tras alcanzar el final de la avenida, noté la vibración del teléfono móvil. Era ella.